Las caretas para entonces eran plásticas, los huecos de los ojos nunca caían donde se suponía y siempre me tropezaba con todo. Recuerdo que eran súper calurosas, me bañaba de sudor y cuando sacaba la lengua por el huequito de la boca ¡sufría muchas cortaduras!, pero no me la quitaba. Es más, mi mamá tenía prácticamente que arrancármela cuando iba a la cama.
De pequeños nos fascina disfrazarnos porque nos da la oportunidad de ser alguien que no somos, pero que nos encantaría ser.
Fui una niñita poco atractiva y muy rechonchita, por eso me encantaba vestirme de princesa, así aparentaba ser bonita. Fui Blancanieves, Cenicienta y la Bella Durmiente, ¡las tres sufrían de sobrepeso en la noche de Halloween!
Desafortunadamente, en la adultez insistimos en usar máscaras pasado el Día de las Brujas. Ahora lo hacemos para esconder nuestros miedos e inseguridades. Por ejemplo, está quien usa el disfraz de "enferma". Esta mujer juega a ser una víctima, todo es una tragedia y su mayor placer es quejarse y buscar la atención de otros.
También está quien se viste de Speedy González. Siempre está apresurada y todo es una urgencia. Se mantiene ocupada con tareas que la distraen para no tener que enfrentar los problemas serios que hay en su vida.
Además, están aquellas que se disfrazan de Einstein. Estos personajes pretenden ser intelectuales y le dejan saber a todo el mundo su superioridad académica. Parte de su actuación consiste en recitar su currículo. No consideran la opinión de los demás porque si otros están correctos, entonces ellas se sienten inferiores.
Otro de los disfraces más comunes es el de paramédico. Estas mujeres son rescatadoras, sienten que tienen que intervenir en todo y que su ayuda es vital. Quieren ser indispensables y que todo el mundo las necesite para así ganarse el cariño de todos.
Detrás de todos estos disfraces se esconde tu propia identidad. Quítate la máscara y muestra la verdad en ti, seguro que impresionarás mucho más que esa careta. Tratar de ser lo que no eres consume tu espíritu e impide tu desarrollo como persona. Finalmente, no engañas a nadie porque todos pueden ver a través de tu máscara.
Ya no tengo que vestirme de princesa para sentirme bella. He descubierto que el atractivo más grande que poseemos las mujeres es la confianza con que nos proyectamos. Por eso, este año me vestiré de una Brujilda bien segura de sí misma.
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